Un grafitero de olimpiadas

Caminando por las calles de Hackney, el barrio olímpico, uno se siente espiado por las misteriosas criaturas de Stik. A diferencia de los monigotes saltarines de Keith Haring, las figuras alargadas de este enigmático grafitero tienen algo de reflexión sobre la debilidad humana, como si estuvieran a punto de dar un inevitable traspiés.

Al fin y al cabo, la vida de Stik (tan celoso de su identidad como Banksy) no fue más que una suma de contratiempos hasta dar el mágico tropezón que le ha elevado a la categoría de artista de culto. Hasta hace 18 meses dormía en las calles de Londres. En el albergue de St. Mungo aún le recuerdan como el chaval tímido y con gafas de sol que aparecía o desaparecía entre las nubes. Un día trabajaba como barrendero, otro como mecánico de bicis. Su auténtica pasión era pintar, aunque nunca pasó por una escuela de arte.

Las puertas, los callejones y las paredes desconchadas se convirtieron en sus mejores lienzos. En vez de bombardear por bombardear, como tantos grafiteros, Stik eligió a conciencia los lugares a los que encaramaba a sus personajes con piernas de palo (de ahí el nombre) hasta llegar a alturas insospechadas.

Bono, Elton John y el duque de Kent, entre tantos otros coleccionistas, le han sacado repentinamente de la ruina y le han dado una notoriedad que él cree «excesiva». Aunque los famosos se rifan su obras, ha querido seguir siendo fiel a sus raíces callejeras: hasta la galería Imitate Modern invitó a su recua particular de amigos y seguidores anónimos, que dieron la vuelta a la esquina en la inauguración de Walk Stik.

«Ésta es la fueza del street art, para mí el movimiento artístico más influyente en la Historia», confiesa Stik entre dientes. «Es algo instantáneo, sin censuras, que llega a la gente sin intermediarios. Algo que surge y se alimenta del contacto con la calle».

Durante meses durmió en edificios abandonados o sofás prestados. Su condición de sin techo, asegura, le hizo caer «en las grietas de la sociedad», y fue duro encontrar el camino de vuelta. «Lo mejor de ser homeless es que estás fuera del sistema, lo peor es que estás fuera del sistema».

«He vivido situaciones de peligro real y momentos en los que creía que iba a morir», confiesa. Su tránsito por el albergue St. Mungo le hizo sentir por primera vez un «colchón» en la vida y un aprecio por su trabajo.

Sus criaturas nacieron como un intento de «simplificar la complejidad de nuestra experiencia». No tienen nariz ni boca, no se sabe si están tristes o contentos, aunque en sus ojos tienen una permanente expresión de perplejidad. Su simplicidad puede resultar a veces engañosa: conviene mirarlas bien para descubrir mensajes tan subliminales como «resistencia», «amistad» o «paternidad».

Stik se siente deudor de las figuras de Giacometti y de la estética zen, aunque se pueden encontrar influencias del arte prehistórico. Hace tiempo tenía que elegir entre comprar comida o pintura. Ahora que nada en la abundancia, intenta no despegar los pies del suelo (a algunas obras les ha puesto un «límite» de 6.000 euros) y seguir pintando a la intemperie por amor al arte: «Crear en la calle es un estado mental».

No hay datos fiables sobre su nombre auténtico y lugar de nacimiento. 2002: Se da a conocer con sus primeros grafitis en Londres. 2004: Pasa un tiempo formándose en Tokio. 2008: Vive en las calles y en un albergue. 2010: Sus obras inundan el barrio de Hackney. 2011: Expone en galerías de Londres, París y Montreal. Bono, Elton John y el duque de Kent adquieren sus obras.

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