Una misión pasada de fecha
No andaban muy equivocados Huxley, H.G. Wells o Raimundo Lulio imaginando que el fin del mundo no vendría de la mano de la guerra sino por la venganza de la naturaleza, violentada por el progreso técnico de una Humanidad autosuficiente en su ciega carrera en pos del interés económico sin parar mientes en la suerte del mayor bien de que dispone: la vida. Alejado, de momento, el espectro de la confrontación nuclear pasan a ocupar un primer plano una serie de riesgos que amenazan al planeta. Se pueden englobar en la destrucción del medio ambiente y en diversos fenómenos derivados de la pérdida del equilibrio natural con consecuencias catastróficas para la población.
Sirvan como botón de muestra algunos de ellos. La reducción de la capa de ozono, por ejemplo, representa para el hombre un peligro mucho más cercano que aquella tercera guerra mundial de la que hablaban los analistas. Otro peligro es el «efecto invernadero» -los pulmones de las zonas verdes de la humanidad caminan hacia la extinción merced a cambios de clima provocados por con el incremento del dióxido de carbono y del gas metano. El aire recibe, en núcleos de población como EE UU, 2.000 toneladas anuales de residuos tóxicos procedentes de los «corredores químicos» y sobre el mar flotan cada vez más manchas de petróleo, como la vertida ayer por un buque español frente a las costas de Madeira.
Existen áreas marcadas por la destrucción como el Mar de Irlanda, contaminada por radioactividad; o la bahía de Tokio cuyos habitantes están expuestos a malformaciones genéticas a causa de los vertidos de mercurio. En los países menos desarrollados males endémicos como el hambre se acentúan por el incremento de las sequías y surge un tipo insólito de refugiados, los ecológicos, personas forzadas a emigrar no a causa de sus ideas, sino para encontrar alimento, con una cifra superior a los 10 millones.
A estos espantos, dignos del ambiente milenarista pero intolerables en la época actual teniendo en cuenta el dinero que los gobiernos derrochan en otras materias, hay que añadir el crecimiento de la deforestación y el peligro de extinción de diversas especies. Todo el esfuerzo que el hombre ha puesto desde 1945 en luchar por la paz, debe concentrarlo ahora en preservar el entorno y la vida en el planeta. Su trascendencia es evidente. Tanto que figura ya en los planes de los gobiernos y que ha encontrado eco en el Vaticano, con la recomendación de respetar la naturaleza hecha ayer por Juan Pablo II.
El Papa dió tanta importancia a la defensa del entorno como a la necesidad de rechazar la violencia. Hoy la inquietud por recuperar el equilibrio ecológico en su documento dedicado a «El fin del milenio» con un informe detallado de los peligros que se ciernen sobre el planet Preservar el entorno es una misión que debe asumir toda la humanidad, ahora que parece alejado el peligro de confrontación nuclear.
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