Me gustan las mujeres con bigote

Sentado en mi butaca, en un cine, advierto en la fila anterior la presencia de un mendigo de mi barrio, que está merendando mandarinas, se desvanece adormilado, se hunde bajo el respaldo hasta desaparecer, viene y va de la papelera a su localidad, y viceversa. Un poco más adelante, una mujer, de edad intermedia, discute con la pantalla, se levanta y coloca unos cintajos sobre las luces de referencia de la salida de la sala. Luego, se cambia de sitio y se traslada a mi fila, que está desierta. Me inquieta, la vigilo de reojo, ya no veo la película con la misma calma. Después, se pone a cantar. Hay ratos en que hay más acción en el patio de butacas que en la pantalla. Algunos creen que en los cines no pasa nada.

Ciertas mujeres piensan que su manera de combatir a los hombres es ser como ellos. Y también que equipararse es adquirir sus peores defectos. Esta es la base oculta de la primera película dirigida por el guionista Joaquín Oristrell, ¿De qué se ríen la mujeres?. Por eso es una comedia, muy efectiva, y da mucha risa: porque es la multiplicación de dos ridículos.

Comida de presentación de la cuarta novela de Pedro Sorela, que trabaja sus títulos como cada línea de sus libros, dedicando a la prosa la persistente terquedad perfeccionista que se dedica a un verso: yendo a muerte. Este libro se llama Viajes de Niebla (Alfaguara), y sucede a Aire de Mar en Gádor, Huellas del actor en peligro y Fin del viento. Su editor, Juan Cruz, y su presentador, José María Merino, coinciden en señalar una paradoja: el nacimiento de una nueva etapa del escritor y la consolidación de un mundo propio. La aspiración máxima de un artista es poder cumplir con esta paradoja: seguir y cambiar a la vez. Lo contrario es, con frecuencia, banalidad y aburrimiento.


Quiero ir a ver la exposición en la March de Toulouse-Lautrec, en domingo, y resulta que las colas llegan hasta donde el pintor perdió los pinceles. Menudo éxito. No he nacido ni para hacer colas ni para correr detrás de un autobús. Otro día será. Entro en la exposición de Frida Kahlo, Amelia Peláez y Tarsila de Amaral en la Fundación La Caixa. Y decido lo que ya venía rumiando hace años: que Frida Kahlo no me interesa nada, que su mezcla de patetismo e indigenismo no me conmueve, que su mito, en definitiva, no nace de sus cuadros, no nace de la pintura, sino de la literatura, de la literatura hecha con su vida y con su muerte, con su enfermedad y con sus amores. Y, desde luego, no me gustan las mujeres con bigote.

Es una buena película, Michael Collins, pero resulta decepcionante que cineastas europeos como Neil Jordan hayan adoptado con tan aplicada fidelidad el estilo del cine industrial norteamericano. Hay ideas muy interesantes en esta película, pero, al poco de empezar -con aquellos planos enfáticos, aquella música sinfónica-, me obsesioné con la sensación de estar asistiendo a la configuración de un héroe y a la puesta en pie de una épica con los recursos trillados del cine norteamericano. Y las ideas de la película me parecieron menos dignas de consideración porque también a ellas les atribuí la trampa y el efectismo del propio estilo de narrar. A Alan Parker (Evita), y a tantos ingleses, les ha pasado lo mismo. Es respetable, es una opción laboral. Pero como espectador cada vez busco más las miradas personales no contaminadas por las reglas del manual de la empresa.

La segunda novela de Lourdes Fernández-Ventura ofrece el perfil redondeado de una escritora cuajada, de prosa tan precisa como bella, lírica y erótica en su textura. Donde nadie nos encuentre (Planeta) presenta una muy sugestiva galería de personajes, que viven su dramática peripecia en el París del primer tercio de siglo. Presentamos el libro Soledad Puértolas y yo. Al acabar nuestras respectivas intervenciones, me doy cuenta de que Soledad se ha basado en el personaje masculino que narra la historia y yo en el personaje femenino que la protagoniza. Cada uno, sin repartir los papeles, hemos mirado hacia un lugar. Cada lector mira hacia un sitio, lo que forzosamente termina por suponer que un escritor cuenta tantas historias como lectores tiene.

Vuelve a Madrid el grupo brasileño de teatro Macunaima con el espectáculo Drácula y otros vampiros. Macunaima fue, cuando fue, una revelación, una explosión en Madrid. Un prodigio que iba unido a otro prodigio: una nueva forma de vivir la vida, Madrid, España. Fue una euforia dentro de otra euforia. La sensación que su nombre evoca hoy es de nostalgia y pérdida. Hay que ver el espectáculo y pensar en otra cosa.

Comentarios

Entradas populares