El piropo ha muerto
Doce y media de la noche de un viernes cualquiera en una discoteca indeterminada del centro de la capital. Un grupo de cuatro mujeres entre 29 y 45 años intenta hacerse un hueco entre la multitud de personas que celebran, entre copas y golpes de cadera, la llegada del fin de semana. Al fondo de la sala encuentran un sitio donde piensan que estarán a gusto: pueden hablar -a gritos, claro, como en cualquier local de este tipo-, dejar los abrigos a la vista y, si se tercia, bailar. De repente y aparecido de la nada, como sacado de la chistera de un mago bromista y algo ebrio, aparece frente a ellas un tipo que, con una sonrisa burda y con un tono y unos modales un tanto de gañán les grita: "¡Guapas!". Dos de las agraciadas con tan original galantería replican al unísono con un "¡olé!", mientras que el otro par de damas se queda mudo y un poco molesto por la osadía de aquel extraño.
Haga un ejercicio de imaginación y trate de visualizar esta escena en blanco y negro. Vamos, que la contextualice en la década de los 50, los 60 o incluso los 70, en una fiesta, un guateque o una verbena. Casi con toda seguridad, las cuatro halagadas habrían reaccionado positivamente al cumplido, cuanto menos, con una leve y tímida sonrisa; al contrario de las féminas actuales y en color, dos de las cuales se sintieron ofendidas.
"Un piropo que solían echarme por la calle cuando era joven, e iba vestida de negro, era '¿quién se ha muerto en el cielo que la virgen va de luto?'. Y me gustaba, me crecía y caminaba con más fuerza", recuerda Candelaria, madrileña de 59 años. A su sobrina, Blanca, de 24, le cuesta entenderlo, "porque no sé qué extraña razón les hace creer a los hombres que el hecho de que te griten por la calle algo sobre tu físico puede resultar halagador. A mí me molesta y me violenta". ¿Podrían ser estos casos pruebas que evidencian que estamos asistiendo a la muerte del piropo? "Por supuesto que es una práctica en desuso, y así tiene que ser, sobre todo si son términos que rebajan a las mujeres a meros objetos", defiende Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas. "De hecho, ese tipo de comentarios ni siquiera deben ser considerados piropos, sino directamente acoso", añade.
El Consejo Europeo parece estar en conformidad con esta consideración, pues hace unos meses se comprometió a aprobar una legislación que tipifique como delito no solo el acoso sexual físico, sino también el verbal, es decir, todos aquellos comportamientos de cualquier naturaleza que tengan el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular, cuando suceda en un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo. El último país en sumarse a esta iniciativa ha sido el Reino Unido, cuyo primer ministro David Cameron firmó este acuerdo el pasado 8 de marzo con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer. Alemania y Francia forman parte de la lista de los 18 miembros firmantes entre los que también se encuentra España (a falta de su ratificación), según han confirmado a Magazine fuentes de la Secretaría de Igualdad, dependiente del Ministerio de Sanidad.
"Cuando camino por la calle, desde luego que no tengo por qué oír 'qué bonitos ojos tienes', pero de ahí a que sea un delito o una falta hay mucho camino. Existe una gradación de lo que un hombre puede decirle a una mujer que va de lo simplemente molesto a lo que pudiera ser considerado como acoso, que es lo que se podría tipificar como delictivo", aclara Ángela Cerrillos, abogada y presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis. "En cualquier caso, en España ya existen recursos suficientes para cuando las actitudes son inaceptables, y no es necesario introducir un tipo delictivo nuevo", apunta Cerrillos.
MADE IN SPAIN. Si el grosor de la tinta de una firma pudiera simbolizar la asunción de la responsabilidad histórica, desde luego la española en el convenio europeo tendría que haber sido rubricada con un spray de grafiti. Porque, al igual que de la paella, el flamenco, los toros y la jarana, los españoles tenemos el (dudoso) honor de haber sido los creadores y exportadores de la costumbre del arte del requiebro: "El piropo callejero, es decir, la frase o expresión espontánea que un hombre dirige a una mujer desconocida en plena calle o en otro espacio abierto y público ha de entenderse como una manifestación cultural genuinamente española", asegura Gabriela Preisig, del departamento de Estudios Franceses, Hispánicos e Italianos de la Universidad de Zurich, Suiza, en su estudio Una investigación sobre el piropo español.
Preisig explica en su trabajo que, en origen, la de piropear era una costumbre netamente popular y muy distinta del estilo lisonjeador cultivado por los poetas y dramaturgos españoles, hasta que, en el siglo XVIII, el teatro llevó a los escenarios "la versión desenfadada, graciosa y espontánea" del halago callejero. Una vez allí, el piropo se nutrió de la lírica y las artes teatrales hasta derivar en lo que conocemos hoy en día. Esther Forgas, catedrática en Lengua Española y coordinadora del posgrado Feminismos, masculinidades y equidad de género de la Universidad Rovira y Virgili, de Tarragona, explica que la sociedad española fue (y es) el caldo de cultivo perfecto para la aparición y desarrollo de las galanterías debido a nuestro "carácter extrovertido, a la propensión que tenemos a las explosiones verbales metafóricas y a lo dados que somos a la hiperbolización", elementos todos ellos necesarios para un buen piropo.
Claro que mucho parecen distar los criterios que antaño dictaminaban cómo era una correcta lisonja de los de ahora. El hispanista alemán Werner Beinhauer establece que un buen piropo "ha de ser breve y original", que el piropeador "no debe perseguir otro objetivo que el de rendir homenaje a la belleza de una mujer y que [tomen nota quienes siguen practicando esta patria y casi extinta costumbre] nunca debe ofender o perder su calidad de galantería". Es decir, que la delicadeza es condición sine qua non de la alabanza, algo que, por lo visto, se ha ido olvidando con el tiempo. Antes una mozuela podía ser objeto de frases como "tiene usted unas líneas que ya las quisiera la Renfe", de la primera mitad del siglo XX, "eso que tiene usted no es una boquita, es un joyero para guardar perlas", "¡reina!, Cleopatra a su lado es una colilla tirada en medio del arroyo" o "no salga usted a la calle que va a subir todavía más la temperatura". Sin embargo, lo que se estila hoy son comentarios del tipo "eso es carne y no lo que le echa mi madre al cocido", "estás más apretá que los tornillos de un submarino" o el más directo todavía "quisiera ser Tarzán, para ir de rama en rama, hasta llegar a tu cama".
MOLESTOS Y ANACRÓNICOS. "Hay solo una línea, y muy fina, que separa el piropo del insulto", puntualiza la profesora Preisig. Al parecer, esa línea se fue cruzando según la sociedad española fue dejando atrás la opresión y la coacción en favor de la plena libertad. Beinhauer explica que "el piropo florece sobre todo en épocas de represión sexual causada por la estricta separación de sexos" pero lo hace con florituras, comentarios elaborados, ingeniosos y decentes. Una vez que desaparecen las prohibiciones, se liberalizan las costumbres sexuales y la férrea moral se relaja, "el piropo empieza a parecerse a un juego infantil que ya no es signo de atrevimiento; por eso el lenguaje se vuelve más agresivo", apunta.
"En cualquier caso, sea soez o no, no deja de ser una cuestión de desigualdad que cosifica y parcela a una mujer destacando una parte de su cuerpo. Se las reduce a un culo, a unas tetas o a unas piernas, en el mejor de los casos. Y no solo eso: es violento y molesto. Un extraño no tiene por qué dirigirnos la palabra por la calle y menos para algo así. ¿Por qué piensan los que lo hacen que nos importa su opinión sobre nuestro físico? ¿Acaso les hemos preguntado?", reflexiona Esther Forgas.
Que los requiebros callejeros hayan derivado en comentarios vulgares, ordinarios o chabacanos es una de las causas que han provocado que estén cada vez peor vistos. De hecho, siete de cada 10 mujeres reconocen que los piropos subidos de tono les desagradan, según un estudio realizado por Ausonia en 2008. "Y otro de los motivos de su decadencia es que el rol de la mujer ha cambiado, ahora tiene protagonismo, toma iniciativas…, por lo que estos halagos son totalmente anacrónicos", apunta Forgas.
La transferencia del savoir faire español a las regiones hispanohablantes, en lo que a requiebros se refiere, fue sencilla: compartiendo un mismo lenguaje era solo cuestión de tiempo que copiaran -y adaptaran después- las coplillas galantes. Para difundirlo al resto del mundo hubo que esperar a la década de los 70 y a la llegada de las turistas que, en su búsqueda de sol y playa, se toparon con una especie de homo autóctona y en plena efervescencia: el macho celtíbero. Las veraneantes europeas, principalmente suecas y alemanas, fueron el blanco preferente de los "¡moza!", los "¡viva Europa!", los "olé el producto extranjero" y otras frases de quienes muy bien fueron encarnados por Alfredo Landa, José Luis López-Vázquez y Paco Martínez Soria, entre otros. ¡Ah!, por cierto, a ellas no les hacía ninguna gracia. La escritora británica Nina Epton afirmó en una ocasión que "para una extranjera, uno de los más molestos rasgos del español que hace que viajar por España resulte enojoso es su actividad ocular unida a la irritante costumbre del piropo".
Cualquier ejemplar del semental ibérico estaba y está capacitado para el piropeo, no importa ni la edad ni la clase social. "No obstante, el fenómeno se da más entre los hombres entre 15 y 35 años. Aunque hay hombres mayores que echan piropos, corren el peligro de caer en el ridículo y ser tachados de viejos verde", argumenta la profesora Gabriela Preisig.
EN CONTRA. El caso es que, ahora, décadas después de nuestra aportación al arte de la galantería, se ha generado un rechazo a nivel mundial al piropo, también llamado acoso verbal callejero. El movimiento Hollaback, nacido en Nueva York hace seis años, lidera esta tendencia de repudio al halago. Presente a través de Internet (www.ihollaback.org/) en 17 países -Argentina, Chile, Canadá, Estados Unidos, Croacia, República Checa, Honduras, Italia y La India, entre otros-, sus objetivos son "los mismos que tiene la lucha contra la violencia de género, pero enfocados a los espacios públicos", según señala Inti María Tidball-Binz, presidenta del movimiento en Buenos Aires. "Llamarle piropo al acoso sexual callejero es como denominar crimen pasional a la violencia doméstica. No es algo inocente, es parte de la cultura que valoriza a la mujer como un objeto del que se puede opinar y sobre el que el hombre actúa", apunta Inti María.
Sin embargo, según la argentina, las mujeres son, en cierta forma, cómplices en la permisividad que aún existe con los piropos, principalmente en las sociedades sudamericanas: "Ellas se valorizan a partir de los juicios del hombre, y forman la opinión de su propia identidad basada en esos comentarios. Por eso, aunque algunas palabras pueden llegar a hacernos sentir un poco más deseables, porque así nos educaron, también se experimenta una sensación desagradable al ser una forma de violencia contra nuestra identidad y nuestra autoestima. Hay alternativas para sentirnos lindas sin que se degenere nuestra integridad", defiende. Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación de mujeres progresistas, apunta a este respecto que "reafirmar la confianza de las mujeres en ellas mismas y su empoderamiento son claves en la lucha contra las desigualdades entre hombres y mujeres. Por eso es esencial la educación en un doble sentido: a ellos, haciéndoles saber que los piropos no son graciosos sino molestos, y a ellas, para que no necesiten esos comentarios".
El escritor y periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos, Premio Internacional de Periodismo Rey de España, en su artículo Elogio del piropo niega que todo lo que se le dice a una mujer sea halago ("'qué culo tienes', no lo es"), pero defiende los comentarios sobre el físico de la mujer en las calles: "Crecí en una región en la que decir piropos se toma como lo más normal del mundo. Las mujeres los usan, incluso, para levantarse el ánimo. Es más, el piropeador es desinteresado porque sabe que la mujer no le dará nada. Ni siquiera la hora".
En la línea de Salcedo Ramos está el español Álvaro Fierro, autor de Colonizado corazón. Libro de piropos (Ed. Calima) al asegurar que "la mujer agradece el piropo adecuado, aunque lo que es adecuado para una puede no serlo para otra". Sin embargo, entiende que las mujeres puedan sentirse ofendidas según el halago que reciban, y considera que "la clave está en la educación y en conocer, aunque sea preliminarmente, la psicología femenina". Él se ha atrevido a publicar una larga selección de algunos de sus mejores piropos "pensados y reflexionados" entre los que, asegura, "hay muchos de contenido sexual y no por ello obscenos". No es fácil imaginar, no obstante, a un taxista, obrero o transeúnte cualquiera gritarle a la morenaza de turno algo como "inventaré un idioma con tu cuerpo para que mis labios te pronuncien" o "al llegar a tu espalda mis dedos aprenden a ser libres", ambos extraídos del libro de Fierro. Más bien entonarían el clásico "pisa morena, que paga el alcalde" o "que no me entere yo de que ese culito pasa hambre". En cualquier caso, poéticos o vulgares, hoy los piropos parecen no ser del agrado de las mujeres que, como Yolanda Besteiro, consideran que "agredir verbalmente a una mujer no es nunca una tontería ni una exageración feminista. Cualquier comportamiento sexista, por pequeño que sea, tiene que ser erradicado para lograr una igualdad real entre hombres y mujeres". l
En los últimos años, el arte del requiebro ha dejado de ser una costumbre aplaudida y aceptada para ser percibida como algo molesto y ofensivo por la mayoría de las mujeres.
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