Las princesas revolucionarias

Tenemos a las princesas revolucionadas, y eso está bien. Es como hacer la revolución desde arriba, pero siguiendo las pautas de los de abajo. Aunque parezca un despropósito, tiene su gracia. Resulta que las princesas se divorcian, se lían, se deslían, trabajan de vez en cuando y luego salen por la noche y vuelven a casa preñadas, como las gatas. Da gusto. Si las princesas de la corte inglesa, que son las más estrechas, han sido capaces de ponerse el mundo por montera, qué no serán capaces de hacer las demás, que no son inglesas ni creen en el arzobispo de Canterbury. Las de Mónaco, por ejemplo. Carolina se ha tirado un año y pico enlutada de los pies a la cabeza, sin asomarse a las fiestas de la Cruz Roja, ni ceder a las tentaciones de la sonrisa, lo cual es un auténtico récord. 

Ahora la protagonista de la travesura ha sido Estefanía, la chica de los bañadores de oro, la princesa díscola que desafía a la modernidad. Estefanía iba en el coche de su mamá el día que Gracia de Mónaco encontró la muerte. De aquel desgraciado accidente salió mal parada y con un collarín que la puso firme una temporada. 

Pero quitarse el collarín y lanzarse al despendole fue todo uno. Desde ese momento, el «gotha» europeo vive en un continuo suspiro, tocando madera y poniéndole velas a Santa María Goretti. De poco ha servido. Estefanía dejó los estudios para hacerse diseñadora, cantar canciones con voz de membrillo y pasear su cuerpo serrano por las doradas playas de Isla Mauricio, donde aprendió a tomar el sol en «top less» y a meterse mano con los aspirantes a su ricura. Estefanía era un continuo canto a la libertad. Iba y venía por las revistas luciendo siempre un aire un poco travestón, abrazándose al amor y derrochando un desenfado envidiable. Ahora, cuando la sociedad puritana todavía no se ha respuesto de los múltiples sustos que le ha regalado Estefanía, la princesa se destapa con la noticia (desmentida sin éxito por los portavoces palaciegos) de un embarazo caliente. Eso sí que es una bomba.

La princesa se ha cansado de usar anticonceptivos y quiere probarse a sí misma jugando a las casitas. Tal vez el ejemplo de Carolina, abnegada madre que va siempre arrastrando las cacas de los niños, haya influido en su decisión. La maternidad la hará diferente. Seguro. Estefanía también desea aportar una criatura a la foto oficial de la familia. Un niño para sacar al balcón de palacio agitando las manitas tiernamente. Un angelito de ojos oscuros para vestir con ropa inglesa y entregar a una nurse cargada de cumplidos. Un hijo avalado genéticamente por la fortaleza de un chicarrón fornido y con diploma de yudoca. Estefanía siempre ha sido muy suya. No ha querido un partenaire de cuento de hadas, un hombre de negocios con sucursal en todas las capitales del mundo o un parisino de campañillas con parada y fonda en el Pan 's Match. A Estefanía le ha bastado su guardaespaldas particular. Lógico. Al fin y al cabo era el que tenía más a mano. Para quitarle hierro a su condición de guardaespaldas, los amigos de la pareja se han apresurado a puntualizar que Daniel Ducruet, el gorila de la nena, pertenece a la familia de Rainiero. 

O sea, que no es un paria. Daniel Ducruet, el hombre que ha tenido a bien satisfacer las necesidades maternales de Estefanía es un franchute casado -dicen que en trámites de divorcio- y que conoce los trances de la paternidad. Hace unos meses, cuando los reporteros de media Europa ya estaban alertados por el exceso de celo profesional con que el mozo trataba a Estefanía, Daniel acompañó a su esposa a la maternidad en el coche que le había prestado la princesa. La esposa dio a luz y el matrimonio salió de la clínica aprovechando la oscuridad de la noche y ocultando al neófito de las cámaras de los fotógrafos. Era todo tan rocambolesco que parecía imposible. 

Ahora, una vez que Estefanía se ha sincerado con la revista Oggi, todo el mundo sabe ya que las sospechas eran ciertas y que ese gorila llamado Daniel Ducruet es el nuevo «latin lover» que calienta el lecho de la princesa. No se sabe si habrá boda después del penalty o si Estefanía prefiere vivir los acontecimientos lentamente, al margen del calendario. Lo que sí parece cierto es que papá Rainiero, una vez más, se ha llevado la mano al infarto.

El hecho de que Daniel Ducruet sea familia lejana de los Grimaldi no le quita impacto a la noticia. Estefanía ha puesto a prueba la capacidad de sobresalto de Rainiero. Todo empezó bien, quizás demasiado. Estefanía eligió como primer novio a Paul Belmondo -hijo del actor Jean Paul Belmondo- un muchacho de aspecto apocado y noble con el que paseó su adolescencia por las revistas de color. Todo el mundo los jaleaba porque se querían mucho y hacían buena pareja. Pero Paul Belmondo, atendiendo a su condición de primerizo, sólo ocupó la página inaugural de Estefanía. Después de Paul vinieron otros, a cual más macarra y más advenedizo, que colmaron de preocupaciones el corazón de papá Rainiero. Mario Oliver y Jean Yves Le Four se llevaron gloriosamente la palma. Acababa de cumplir veinte años y estaba loca por sacar los pies del tiesto. No se lo pensó dos veces. Aquel hombre de pelo oxigenado, con aires de chuleta de playa, que atendía por el nombre de Mario Oliver, logró sacar a Estefanía del principado e instalarla en Los Angeles, donde le ofreció una luna de miel rebosante de locuras y placeres. Pero en cuanto se acabaron las locuras se acabó el novio y Estefanía regresó a sus cuarteles de invierno. 

Picó de aquí y de allá, hasta que apareció Jean Yves Le Four, un pájaro con quien llegó a prometerse en un simulacro de petición de mano. Le Four vivió un par de meses explotando su papel de aspirante y pasando el plato en los lugares donde le requerían (TVE incluso le pagó una entrevista), pero también él se fue al garete. La princesa estaba harta de ser siempre el objetivo de los cazafortunas sin escrúpulos. Usó unos novios de quita y pon para pasar el rato en la piscina, y se dedicó en cuerpo y alma a consolar las penas de su hermana Carolina, recién enviudada. Un día, hace unos meses, hurgó en el fondo de los ojos de su escolta y creyó ver al príncipe azul de sus cuentos infantiles. El príncipe azul ha resultado ser un semental. Estefanía, pletórica de gozo, ha decidido tener familia numerosa.

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