Descargando maletas en el aeropuerto como sacos de cemento
El avión acaba de aterrizar. Desde la ventanilla veo a los empleados del aeropuerto lanzar las maletas a los carros como si descargaran sacos de cemento. Los pasajeros contemplan estupefactos el trato que recibe su equipaje. Alguno incluso desvela en voz alta el contenido de la maleta, suspira preocupado por la integridad de las botellas, la cerámica, el cristal. Afortunadamente, yo sólo llevo equipaje de mano.
Aguardo sentado hasta que abandonan el avión el resto de los pasajeros. Me despido de la tripulación y me dirijo hacia la salida. Paso junto a las cintas transportadoras de equipaje. Las maletas son sarcófagos, en ellas yace la vida del dueño que permanece ausente. A las maletas, como a las personas, se las suele tratar mal cuando no están los interesados delante.
Viajar en avión se ha convertido en una especie de aventura que nos obliga a sortear una serie de pruebas para poder acceder al interior de la cabina. Al igual que los condenados, que han de dejar todos sus bienes a los funcionarios de la prisión antes de entrar en la cárcel; los pasajeros depositan en una bandeja sus enseres personales hasta que se comprueba su inocencia. No es una tarea fácil. El pasajero habrá de quitarse el cinturón, los zapatos, quedarse medio desnudo, y luego someterse al detector de metales. ¿Adónde van las navajas, tijeras y cortaúñas que son requisadas? ¿Adónde las botellas que no han sido debidamente precintadas? ¿Y los líquidos susceptibles de ser utilizados para confeccionar bombas? Los aeropuertos son víctimas de la globalización.No hay paraísos entre los aeropuertos. Todos los pasajeros resultan sospechosos.
Tales medidas de seguridad, quitan a los inocentes pasajeros las ganas de volver a volar. Además, las compañías aéreas no invitan a sus clientes ni siquiera a una mísera cerveza que les ayude a olvidar el mal trago del control policial. Las bebidas en los aviones están por las nubes. Volar ha dejado de ser un lujo para convertirse en una penosa necesidad; un calvario para los fumadores y una sangría para los bebedores.
Pero lo peor de todo es el maltrato que sufre el equipaje en las bodegas y que plantea una inquietante duda: si los empleados tratan las maletas como si fueran sacos de cemento delante de nuestros propios ojos, ¿qué terrorífico trato recibirán en la bodega oscura del avión? Mejor no pensar en ello. Mejor no pensar en nada cuando uno decide viajar en avión. Lo más aconsejable es dejarse llevar y surcar el cielo pensando en nuestras cosas.Mirar la caravana de hormigas que se afanan abajo en la tierra y que a medida que descendemos van creciendo de tamaño hasta convertirse en personas preocupadas en custodiar su frágil equipaje.
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