La progresista Mafalda
«El horror no viene de Alemania, viene del alma». Edgar Allan Poe contestó así a quienes le daban la tabarra con la posible influencia de los escritos de los románticos alemanes sobre sus textos fantásticos. Lamentan los naturales de Catarroja el desprestigio que está cayendo sobre su pueblo por las sangrientas andanzas de los Anglés y Ricart, los presuntos asesinos de las adolescentes de Alcácer. Que digan bien alto lo que dijo Poe: «El horror no viene de Catarroja, viene del alma». Poe, con su relato Berenice, es uno de los autores antologados por Ediciones Siruela en Vampiros, selección de dieciséis textos en torno al pálido, fétido y velludo -en las palmas de las manos- chupador de sangre -modelo de la diabólica belleza maldita y a su difusa y profusa parentela de la noche.
Hay en España una actualidad variopinta y desigual de la sangre, con la matanza de Alcacer, la teología nacionalista dele RH -glosada frente espejos deformantes-, la circulación del SIDA y la alargada sombra del hombre sin sombra: Drácula. El estreno de la película de Francis Ford Coppola ha salpicado las estanterías de libros sobre el conde y sus asociados, devolviendo la vida a una bibliografía nunca enterrada. Se ha reeditado el original de Bram Stoker, se ha publicado el cómic autorizado a partir del filme de Coppola (ambos, en Ediciones B), se ven por ahí las excelentes novelas de Anne Rice -tan aplaudidas por Savater- y toma nuevos vuelos el fundamental Tratado sobre los vampiros (Mondadori), summa die. ciochesca de Dom Agustín Calmet, tan citado por Jacobo Siruela en la introducción a su antología. Siruela, al fijar, en su prologal y. breve estudio, la relación entre el sexo y la fatal mordida, recoge un inquietante comentario de Novalis, barón de Hardenberg -muerto de tuberculosis-, procedente de sus Fragmentos de psicología. Decía Novalis: «Es extraño que el verdadero y propio origen . -de la crueldad sea la voluptuosidad». ¿Tiene la observación aplicación actualísima?
El gremio editorial (sector puro) y la república de los literatos (facción beata) recelan del trato que el cine da a los libros. Se ha criticado el cebo de Ediciones B para su Drácula de Stoker por subrayar en portada la película de Coppola, subestimando, en teoría, la genuina y originaria calidad indiscutible del texto del inglés. Tal crítica es desagradecida, puritana y poco operativa. Las películas impulsan los libros en que se basan. Mario Muchnik, magnífico editor, acaba de sacar al mercado El río de la vida, de Norman Maclean, brillantemente comentado aquí la semana pasada por Elvira Huelbes.
Los textos de cubierta, sin embargo, rezuman un constante retintín hacia la peripecia cinematográfica del. libro, iniciada por William Hurt y culminada por Robert Redford. El editor mitifica las rarezas del emérito profesor de Chicago y las indudables bondades de sus «cuentos con árboles» y de sus aventuras en la pesca con mosca, situando en un plano de inferioridad las intenciones del neurótico Hurt y del ecologista Redford. Claro que Muchnik publica el libro, dieciséis años después de su aparición, al pairo del estreno en España -inminente- de la versión cinematográfica utilizando un fotograma del filme para la portada del libro. Doble juego.
Pero nada comparable a las guerras del teatro. Hay follón entre Concha Márquez Piquer/Ramiro Oliveros y José Tamayo, con querellas cruzadas. Hay lío entre Francisco Marsó, productor, y la compañía de actores de La truhana, de Antonio Gala, a cuenta del fin de las representaciones de la obra. Todo- llueve - sobre el barro de la pelea Matanzo versus Teatro Alfil -socorrido con oportunismo y oportunidad por Solé Tura, mientras que el hipotético maremoto de la supresión del Festival Internacional de Teatro de Madrid -no llegará a la fatídica edición número trece- no levanta ni una triste ola. Ministerio, Ayuntamiento y Comunidad se cargan el Festival y anuncian que destinarán la pasta que se ahorran a la restauración de teatros privados en Madrid. Nadie rechista. Será que, por, fin, la evanescente política cultural de escaparatismo -típica de estos años- deja paso a la labor a largo plazo entre el consenso general. Esto es nuevo.
El violonchelista ruso Mstislav Rostropovich despotrica contra la música del siglo: «El rock es una enfermedad de los jóvenes». Solchaga, mientras tanto, persigue fiscalmente a los Rolling Stones. El pintor Luis Gordillo -que ha aterrizado en la Malborough procedente de Nueva York- le dice a Miguel Fernández-Cid que su pintura «establece un diálogo con lo nuevo». Y el poeta vanguardista Josep Vicenc Foix, en el centenario de su nacimiento, hace desde ultratumba la síntesis sentimental en un verso de su Sol, i de dol: «Si lo nuevo me exalta, lo viejo me enamora». La Academia de Cine se apunta con Belle Epoque y El maestro de esgrima a la nueva imaginería de lo viejo -el pasado-, pero se equilibra a continuación con lo redundantemente nuevo: Jamón, jamón y Acción mutante. El hatajo de marginales de Alex de la Iglesia se ha adelantado, con furia ácrata y nihilista, al audaz pronóstico del belicoso -y dicen que guerrista- Monseñor Echarren.
El obispo de Canarias vaticina en Tribuna, en conversación con Emilio Garrido, una próxima revolución. El hambre, la incultura, la falta de viviendas y servicios y la injusta distribución de bienes son para el prelado «el caldo de cultivo para que un día los pobres y los marginados dejen de un lado tanto sexo, tanto deporte, tanta televisión, tanta permisividad moral tanta droga y tanto alcohol y se lancen a la calle a intentar transformar mediante la violencia lo que parece no querer modificar casi ningún político».
Con una excepción, el senador e industrial de la moda Luciano Benetton, que se desnuda- con más éxito personal que Madonna en su última película- para pedir ropa para los pobres. Pero volvamos, sin hacer, sangre, a la sangre. Las considerables consideraciones de Arzallus sobre el RH negativo de los vascos han incentivado las salivales de media España y han hecho recordar a Mario Onaindía, desatado: el debate sobre racismo y nacionalismo, una venenosa anécdota, referida por el ex-lehendakari Leizaola, con el venerado José Miguel de Barandiarán como protagonista. Leizaola visitó al fallecido etno-antropólogo y a Telesforo Aranzadi en las cuevas de Santimamiñe, donde se encontraban clasificando cráneos: «Ios que eran braquicéfalos, es decir, correspondientes a la etnia vasca según los etnógrafos, los colocaban con veneración en un montoncito; pero los que carecían: de esas características los arrojaban, no sin cierto desdén, y decían "algún celta que e iba de paso"».
El racismo, cuya infiltración en el cómic ha preocupado en el Salón de Angulema, puede ser combatido. «La literatura de extraterrestres ayuda a vencer el racismo». Lo ha dicho en Barcelona el novelista Jack McDevitt. Desde ahora ET será tan progresista como Mafalda.
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