El vampirismo está en boga
Una vez... separada el alma del cuerpo, no se adormece del todo el poder del diablo», aunque «las más de las veces el demonio engaña, porque es el padre de la mentira». Son afirmaciones categóricas de un libro sobre el demonio del jesuita hispano flamenco Martín del Río, publicado en latín en 1600 con garantías de ortodoxia católica, y editado en castellano en Hiperión.
Son premisas básicas de razonamientos escolásticos de la gran época en la que se gestaba la «revolución científica» del Barroco. Como las arremetidas de Del Río contra un italiano fascinante, Girolamo Cardano, filósofo, médico y especialista en sueños, cuya autobiograña editara en 1990 Alianza: «Cardano añade error al error pensando que todas las apariciones son imaginarias y... fruto de la mera fantasía» (Del Río, p. 444), sospechoso de negar la inmortalidad del alma. Lugares comunes de las polémicas de un tiempo fronterizo, no tan alejado del nuestro.
Siglo y medio después de aquel máximo demonólogo europeo, el benedictino francés Calmet ponía de moda en Europa, como Del Río esforzándose en armonizar la fe con la razón, fenómenos de vampirismo muy en boga en la Europa germanoeslavoturca, «documentados» y adobados por la credulidad popular, por esa religiosidad campesina colmada de «horrores» de la sociedad pre-industrial que hoy parecen expandirse por esas mismas regiones, verdadero reino de las tinieblas. Y acentuados por lo que los historiadores llaman la «segunda servidumbre», el sometimiento a señores despóticos, daba lo mismo que fueran cristianos o musulmanes, que convertían a los «simples» -como pudiera denominarlos Eco- en carne de despojo o posibles «vampirizados». Otro capítulo para la historia de la infamia borgiana.
No resulta paradójico que sea en la Inglaterra del «siglo de oro» victoriano, primer siglo de oro de una sociedad industrial, en donde surja con mayor pujanza este reflejo literario del renacer «romántico» de la pasión frente a la razón. Que sean J.W. Polidori -suicida veinteañero sometido/vampirizado por Byron, J.S. le Fanu, enfermizo irlandés, de una sociedad medio vampirizada durante siglos, baldón difícil de olvidar para la historia inglesa, o B. Stoker, sometido o vampirizado por un tal Sir Henry Irving, actor de éxito, quienes terminen de coronar ese mito literario. La antología -16 notables piezas literarias-, prologada y ordenada por J. Siruela, es sabia y atinada, pudiera ser perfecta.
Muy en la línea de lo que en otras ocasiones denomináramos «transcendencia oblicua», algo así como «parareligiosa», tan cara a esta colección de El ojo sin párpado. Como siempre, me pregunto si existe un porqué más allá del gusto literario mismo. Sobre todo en un tiempo en el que esos territorios en donde surge el mito del vampiro están inmersos en una realidad vampírica y cruel; hasta esa polémica de las mujeres violadas, tan de actualidad, tiene una protagonista con un nombre tan sorprendente como la periodista y novelista croata Slavenka Drakulic. Un hoy en el que aún allí lo religioso es tan vivo que para algunos analistas es determinante y el alza de lo irracional puede cubrir el vacío dejado por un «comunismo ateo» que se creyó culminación de un largo proceso racional.
Cuyo fracaso es uno de los «pecados» de este siglo XX y milenio que termina. En la misma estructura narrativa es fundamental la presencia de un pasado terrible que vuelve, lo mismo que el interés por mostrar que esa indagación en el pasado sea creíble, se exprese en términos de racionalidad. Y el cura, la cruz, el agua bendita, como el ajo o la estaca, son «salvadores», eficaces contra esos muertos que re-vuelven al mundo de los vivos. ¿Para engatusar a los «simples»? Tal vez sea mejor no dramatizar. Quedarse en la esfera individual -como en estos relatos- de la pasión amorosa peculiar en la que uno de los amantes podría decir al otro, si pasara a muy mayores la cosa, en un esquema tradicional chico-chica, si la chica ardiera demasiado, «Querida, no me seas moldava».
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