Isabel I lujo y suntuosidad

¿Sabía usted que uno de los argumentos que usó el Gobierno de los Estados Unidos para ilegalizar la marihuana en la década de los años 30 tiene que ver con el sexo interracial? El director de la recién estrenada Oficina Federal de Narcóticos, Harry J. Anslinger, afirmó entonces: «Hay unos 100.000 fumadores de marihuana en los Estados Unidos y la mayoría son negros, hispanos, filipinos y artistas. Su musica satánica, el jazz y el swing, es resultado de su consumo de marihuana. La marihuana hace que las mujeres blancas busquen relaciones sexuales con negros, artistas y cualquier otro».

Ben Dronkers cuenta esta anécdota y muchas más mientras fuma tranquilamente en el balcón. No es una persona cualquiera: este holandés afable y conversador, que sólo se pone la americana para salir en la foto, es el multimillonario recuperador del negocio del cáñamo industrial en su país natal, además del dueño de la empresa de semillas de cannabis Sensi Seed.

El balcón en el que fuma tampoco pertenece a un edificio cualquiera. Se enamoró de él hace una década, cuando vino a Barcelona a visitar a una hija que estudiaba en la ciudad, y lo compró. En ese momento estaba casi en ruinas; ahora, el Palau Mornau, que data del siglo XV pero que debe su aspecto modernista a la remodelación que llevó a cabo a principios del siglo XX el arquitecto Manuel Joaquim Raspall, acoge el resplandeciente museo del cáñamo de Barcelona.

El interior es también muy impactante. Dronkers ha reunido un documentadísimo muestrario de la historia de esta planta, desde sus usos lúdicos -pipas, carteles de cine y una sorprendente colección de cuadros- y los medicinales hasta los industriales. Quienes piensan que la planta de la que sale la marihuana sólo sirve para proveer de canutos a quienes tienen esa afición se sorprenderán al descubrir, por ejemplo, que Cristóbal Colón no hubiera podido descubrir América sin ella, porque las velas y las cuerdas de sus carabelas estaban hechas de cáñamo. O que los libros se imprimían en papel hecho con cáñamo hasta hace poco más de un siglo. «La biblia de tu abuela está escrita sobre papel hecho con esta planta», me dice el director del museo.

¿Hay algo más que los beneficios económicos detrás de la obsesión de Dronkers por el cannabis? Sí. Quiere acabar, afirma, con 75 años de mentiras. «Son mucho más peligrosos el tabaco, el alcohol e incluso el café que la marihuana», asegura. «Los doctores que afirman lo contrario, amparados en el quizás, mienten, no tienen pruebas, son unos criminales».

Como buen activista, Dronkers tampoco es ajeno al caso de Rasquera, el municipio catalán en el que el Ayuntamiento propuso plantar marihuana como forma de aliviar los problemas económicos. «Me gusta la idea. Con iniciativas así se puede evitar que los jóvenes caigan en el alcohol o el éxtasis, porque aquí, de momento, la marihuana es cara», dice con pasión.

Todavía apoyado en uno de los ventanales del edificio, adornado con motivos inspirados en la marihuana -como la famosa hoja de cinco o siete puntas-, el director del museo se queja también de la voluntad del Gobierno holandés de restringir el acceso a los coffeeshops de su país. Y lanza un reto: «Pago 250.000 euros a quien me dé buenas razones de por qué es conveniente cambiar la normativa».

El museo abrió ayer sus puertas. Tiene un buen espejo en el que mirarse: su hermano gemelo -aunque mucho más pequeño y menos lujoso- de Amsterdam, también propiedad de Dronkers, es uno de los principales reclamos turísticos de la ciudad. A la salida del de Barcelona, todo tiene otro color.

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