Clint Eastwood conductor como ninguno

Mírenlo con atención. Erguido en su puesto de conductor, desafiante, se nota que ha visto muchas películas de Clint Fastwood. Vive su papel de «reina por un día», consciente de que el final de la huelga salvaje e ilegal que se ha montado lo devolverá a un anonimato del que ojalá nunca hubiera salido. Seguimos pagando nuestra guerra -idichosa e inacabable!-del 36. Se ha dicho que los 40 años de pertinaz sequía nos dejaron sin políticos. Y bien que se nota sólo con ojear la prensa. También nos quedamos sin empresarios: la especulación es más rentable. 

Pero no menos lamentable es la penuria del sindicalista, a la vista de lo que padecemos. La huelga nace en el siglo XIX como la lucha sindical contra el abuso de poder de los patronos, capaces por entonces de imponer condiciones inhumanas. Es un éxito innegable del sindicalismo el que legislación de tantos países haya incorporado la mayoría de sus reivindicaciones y otras muchas entonces impensables. No deja de ser un sarcasmo vergonzoso que, en tantas ocasiones, los sindicalistas actuales utilicen en provecho propio los mismos mecanismos de chantaje y de poder que antes reprochaban a los patronos. La huelga nace como un derecho de defensa del trabajador contra su patrono. Pero no como un chantaje innoble contra otros. Desviar un avión y secuestrar a los pasajeros no es diferente en cuanto a que fastidia más, pero a menos gente. 

El chantaje y la coacción son igual de injustos y de inaceptables. «Clint Eastwood» y sus muchachos no han caído en la cuenta de que en las películas sólo se dispara contra el malo, contra el que utiliza abusivamente su fuerza. Y ellos sólo están perjudicando al débil, que es, además, inocente. No se han enterado, por lo visto, de que esa empleada de la limpieza de Orcasitas que gana 1.200 pesetas en su jornada -lo que no da para taxis- o el empleado que no puede llegar tarde son, precisamente, los copropietarios forzosos de los autobuses que conducen él v sus compañeros. Ellos contribuyen a pagar sus sueldos y el déficit de su compañía, quizá mal gestionada, pero no mejor atendida. Ganen o pierdan su batalla, los miles de millones que costará no los pagarán los huelguistas ni sus enemigos, sino, como siempre, el contribuyente. Esta vez, Clint Eastwood se parapeta detrás de la chica para disparar a su enemigo. Y encima le roba su dinero.

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