La genética de la inteligencia
La esquizofrenia se apoderó hace años del cerebro de Rufus, el hijo mayor de James Watson. Quizá por ese motivo, el padre del ADN, el científico que descubrió cómo se organiza el material genético y ganó el premio Nobel por ello, lleva años volcado en el estudio de cómo los genes determinan la inteligencia y el desarrollo de ciertas enfermedades mentales. «Durante largo tiempo la ciencia se ha preguntado quién es más responsable de que una persona sea muy inteligente, si sus genes o sus profesores en la escuela», bromeó el premio Nobel en una conocida conferencia ante un auditorio repleto de las mentes más brillantes de Google. «Mi opinión es que se debe más a lo que tenemos dentro que al trabajo de los maestros».
La revista Nature Genetics acaba de publicar el mayor estudio realizado hasta la fecha sobre la influencia de la genética en la estructura del cerebro y sus consecuencias sobre la inteligencia y el desarrollo de enfermedades como el Alzheimer, la demencia, cierto tipo de epilepsia o la esquizofrenia. Más de 200 investigadores de 100 centros de investigación internacionales han unido fuerzas para realizar un ambicioso trabajo que pueda responder a algunas de las preguntas que James Watson lleva años haciéndose.
Y, en efecto, han confirmado las sospechas del padre del ADN. «Hemos encontrado una prueba inequívoca de la relación entre la genética y el funcionamiento del cerebro y la inteligencia», asegura Paul Thompson, investigador del Laboratorio de Neuroimagen de la Escuela de Medicina David Geffen de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) y líder del equipo internacional que ha realizado la investigación. «Por primera vez, tenemos pruebas sólidas de cómo estos genes afectan al cerebro. Esto nos da nuevas pistas sobre cómo intervenir en su impacto», explica el científico en una nota de la UCLA.
El gen HMGA2 aporta el ejemplo más sencillo del modo por el cual la genética determina hasta cierto punto la inteligencia. Esta secuencia de ADN tiene un papel importante en el desarrollo del tamaño cerebral y, por lo tanto, de la inteligencia de las personas, según explican los autores en el artículo que documenta la investigación.
La información contenida en el ADN está cifrada en un código de cuatro letras, llamadas bases nitrogenadas: A, C, T y G. Según demuestran los investigadores en el estudio, las personas cuyo gen HMGA2 contiene en su código genético una letra C en lugar de una letra T en una ubicación determinada poseían un cerebro más grande y obtuvieron una puntuación más alta en los tests de inteligencia estandarizados. «Que el cambio de una sola letra dé lugar a un cerebro más grande es un descubrimiento muy emocionante para nosotros», asegura Thompson.
Los resultados obtenidos por este consorcio internacional, llamado proyecto Enigma, provienen del estudio de miles de escáneres cerebrales combinados con los datos genéticos de los pacientes. «Nuestros centros individuales no pueden revisar suficientes escáneres cerebrales como para obtener resultados definitivos», explica el líder de la investigación. «En cambio, compartiendo los datos con el proyecto Enigma, hemos creado una muestra lo suficientemente grande como para revelar patrones claros de variación genética y mostrar cómo alteran físicamente el cerebro», dice Thompson. Los investigadores lograron analizar los datos genéticos y provenientes de los escáneres cerebrales de 21.151 personas sanas.
Pero el objetivo del trabajo no era sólo determinar la genética de la inteligencia. «Buscábamos los factores que causan atrofia de los tejidos del cerebro y reducen el tamaño cerebral», afirma el investigador. El volumen de una región cerebral llamada hipocampo es uno de los biomarcadores del inicio de la enfermedad de Alzheimer. Además, esta región del cerebro tiene un tamaño reducido en aquellas personas que padecen esquizofrenia, depresión, demencia, trastorno bipolar y ciertos tipos de epilepsia.
Cruzando los datos del tamaño cerebral con las variaciones genéticas de las más de 21.000 personas estudiadas, los investigadores encontraron una correlación muy consistente entre unos sutiles cambios en algunos genes y una reducción del tamaño de los centros de la memoria. Además, los científicos se encontraron con que los mismos genes alteraban de la misma forma a personas de diferentes razas y residentes en distintos lugares del mundo, lo que supone lo que la industria farmacéutica llama nuevas dianas moleculares para el desarrollo de fármacos.
«Una vez que identificamos el gen, podemos diseñar nuevos medicamentos dirigidos a reducir el riesgo de padecer esa enfermedad», aventura Thompson. «Pero, si se conoce esa predisposición a padecer cierta enfermedad, la gente también puede prevenir su aparición a través del ejercicio, la dieta o la estimulación mental para borrar el efecto de un mal gen», dice el investigador.
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