Pisándole el culo al diablo

Primero fue Tullio Pericoli quien tuvo que retratar a Umberto Eco. Y lo imaginó como un monje escribano, entre legajos y manuscritos indescifrables, sentado sobre una U gótica y pisando el culo al mismísimo diablo. Luego le tocó el turno al escritor; tenía que prologar el último libro del prestigioso dibujante -Retratos arbitrarios- y no sabía muy bien cómo empezar. Al final le vino a la mente cierto cuadro y cierto pintor: «Me siento como si a la Gioconda le pidiesen de pronto que escribiese algo sobre Leonardo». 

«Como todos los grandes retratistas -habla la Gioconda-, Pericoli apunta al alma, retrata un pensamiento, una visión del mundo, un estilo poético y narrativo (...) Rara vez los retratos de Pericoli son actos de violencia; más bien gestos de maliciosa y penetrante complicidad»: Y Pericoli encaja los elogios con una naturalidad envidiable, sin hinchar el pecho, escondiendo sus tímidos ojos detrás de esas gafas juveniles y redondas. Son ya 55 años los que dejó atrás y un prestigio ganado a pulso, sobre todo en Italia y en Alemania, donde su nombre figura desde hace tiempo entre los grandes de la cultura. 


Medio centenar de exposiciones, una veintena de libros y catálogos y colaboraciones habituales con la prensa. -desde La Repubblica al The New York Times- avalan la carrera de este artista que no sabe muy bien cómo definirse. «Ni pintor, ni retratista, ni dibujante... No me convencen las etiquetas. Los hay que me llaman caricaturista, pero lo que yo hago, al menos ahora, no son para nada caricaturas; son más bien retratos "interpretados" que realzan una parte de un rostro, o del mundo que rodea ese rostro». El perfil sabio de Borges,, balanceándose sobre una pluma; el ceño fruncido de Italo Calvino, mirando frente a frente; la figura encorvada de Joyce, como un eterno interrogante; las manos expertas de Alberto Moravia; el ademán siciliano de Leonardo Siascia; la bufanda al viento de Pavese... Pericoli bebe de sus personajes. 

Los estudia en fotografías, lee concienzudamente sus obras, se empapa como una esponja y luego deja volar a su lápiz, que no sólo pinta lo que ve; también lo que siente. Su pasión por el retrato comenzó a finales de los cincuenta, cuando colaboraba en las páginas locales de Il Messaggero. En poco menos de un año, desfilaron ante sus ojos decenas de rostros de la ciudad de Ascoli, una completísima galería de personajes anónimos que le hicieron ver más allá de los ojos. En 1961 se trasladó a Milán, y allí comenzó a abrirse paso como ilustrador, primero en la la revista Linus, después en el terreno resbaladizo de la prensa diaria. «Era una etapa difícil. 

Nadie quería dibujos satíricos en sus páginas. Los periódicos eran como ladrillos y la imagen importaba bien poco». Poco a poco, con la ayuda inestimable de su colaborador y amigo Emanuele Pirella, logró hacerse un hueco en el Corriere della Sera . Juntos publicaron en sus páginas la serie «Sábado por la tarde en casa de Fulvia», una tira cómicocultural que les catapultó a la fama. «Es un poco arriesgado decir que creamos escuela -admite Pericoli, pero abrimos bastantes puertas» Del Corriere saltó a La Repubblica, y de ahí a L'Espresso, donde crucificó en portada al presidente Leone. «Nunca creí que la sátira política tuviera esa influencia, pero es cierto: al poco de salir aquel número de la revista, Leone arrojó la ,toalla». Hastiado de la política y los políticos, Pericoli imprimió un giro drástico en su carrera y cayó de bruces en el universo cultural que tanto le tentaba. 

Aquel Giulio Adreotti con dientes de drácula y orejas de murciélago dejó paso a un alocado Eins.tein cabalgando en bicicleta sobre la bola del mundo, a un circunspecto Kafka rodeado de enigmas, a un Lorca acompañado por una luna que llora, a un Freud pescador 'rodeado de cebos, a un Orson Welles embutido en un gabán que parece su hermano gemelo, a un Woody Allen de cara risueña mirado de reojo por unas narizotas con vida propia... «A todos nos ha pasado alguna vez: vemos una foto de alguien y a partir de ahí construimos nuestra propia imagen de ese alguien. Lo que hago es eso: cojo por ejemplo a Proust e invento a mi propio Proust, intento acercarlo a un público amplio, que pueda comprenderle aunque no lo haya leído». ¿Maestros del retrato? Pericoli reconoce sólo a uno: Rembrandt, que también le ha influido inconscientemente en su otra especialidad: el dibujo, un dibujo imaginario y surrealista, que tiene también mucho del mundo onírico de su adorado Stevenson. 

Tras haber publicado en las páginas de Der Spiegel, . Frankfurter Algermeine, The Guardian o The New York Times, al cabo de decenas y decenas de exposiciones por media Europa, a Pericoli sólo le faltaba ver a sus «hijos» colgados en un lugar con la resonancia del Palacio Real de Milán. Y logró su objetivo, hace apenas tres meses. ¿Y ahora qué? Muchos piensan que esta exposición era un punto de llegada. Pero no, es un punto de partida.

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