La manipulación de los medios

El hecho de que Irak, un país con dieciocho millones de habitantes y un escaso arraigo de la industria, parezca desafiar al resto del mundo demuestra que el concepto de la guerra está cambiando sin que nadie se haya percatado. Una de las fuentes más importantes de fuerza con que cuenta Irak es la televisión occidental. Los medios de comunicación son adictos al interés humano. Les cuesta tanto resistirse a emitir una historia de interés humano como a un heroinómano evitar el siguiente chute. 

Aunque los medios sepan que se les está manipulando, no hay manera de evitar que sucumban a la tentación. En cuanto se habla de rehenes, ya se hace primar este hecho sobre todo lo demás, dada la enorme fuerza del factor «interés humano». A los periodistas televisivos como Ted Koppel les encanta volar rápidamente a Bagdad para entrevistar, en exclusiva, a Sadam Husein porque no son capaces de resistirse a la segunda tentación, la de la noticia sensacional. Estados Unidos admite que las carreteras se cobren la vida de más de 50.000 personas todos los años. 

Es el precio por que la vida siga y, salvo para las familias implicadas, esas muertes no son sino estadísticas impersonales. Pero los rehenes son personas inocentes a las que se puede ver por la televisión. Supongamos que la BBC, en su programa en la franja horaria del desayuno, entrevista a las tres personas que van a morir esa mañana en la autopista M4. Se pide a los automovilistas que se abstengan de pasar por la M4 para impedir que mueran esas personas. ¿Qué ocurriría?

La televisión no puede mostrar conceptos, sino sólo detalles. Sin embargo, toda nuestra cultura de la razón, los principios, los derechos y la legalidad, se basa, fundamentalmente, en los conceptos. Nuestro sistema de razonamiento, derivado de la clásica tema griega (Sócrates, Platón y Aristóteles), se basa en que una cosa «es» o «no es» y obedece a una lógica basada en el rechazo de la contradicción. La lógica de la televisión es la lógica de la percepción, que es la «lógica del agua». En la «lógica del agua» lo único que interesa es el «fluir». En lugar de «es», tenemos «va». Las contradicciones resultan totalmente aceptables. Sadam Husein podrá ser un agresor y un dictador despiadado, pero es generoso y humano al permitir la marcha de las mujeres y los niños. 

No importa el hecho de que no había por qué haberlos retenido. Son creencias: una manera de percibir que refuerza esa manera de percibir. En una democracia no es posible controlar la televisión. Y en una democracia, un cambio de la opinión puede conducir enseguida a debilitar la decisión política. De esta manera la conjunción de la democracia y la televisión significa que cada vez será más difícil librar cualquier guerra que no suponga una amenaza directa contra la casa de cada cual. Así pues, la erosión de la decisión política debida a la TV discurre paralela al efecto de presión de las sanciones. 

Sea cual sea el resultado de la crisis del Golfo, cabe esperar que las cosas se piensen bien. El hecho de que las economías mundiales estén entrelazadas sí viene a indicar que las sanciones podrían tener fuerza, pero para eso hace falta una planificación. Tendría que haber un poderoso tratado sobre sanciones que organizara unas fuerzas investigadoras serias, extradiciones inmediatas y un tribunal de sanciones con grandes poderes de encarcelamiento y confiscación, facultado para imponerse a las soberanías nacionales. La negociación siempre es un intercambio de valores y presiones. Los valores muchas veces hay que definirlos. La negociación es un ejercicio creativo, no una cuestión de discusiones legales. La ONU es incapaz de negociar a menos que las dos partes estén ya verdaderamente hartas y busquen una salida airosa (como ocurrió con Afganistán y con la guerra iranoiraquí). Hace muchos años sugerí una «Cruz Roja intelectual», con funciones negociadoras permanentes. Se podría resucitar la idea. ¿Para qué negociar con un ladrón que te ofrece devolverte la mitad del botín si le dejas escaparse? 

¿No es eso fomentar que haya más ladrones? La fuerza y la negociación forman parte de un mismo proceso y no son polos opuestos. Además, si el ladrón tiene suficiente poder como para producir daños graves, puede que ya no exista opción. . La realidad de la televisión y la tecnología moderna supone que hay que reflexionar sobre muchos aspectos nuevos. Me gustaría que Japón y Alemania, cuyas aportaciones no es probable que sean en términos de fuerza militar, subvencionaran un organismo dedicado a recabar y generar las mejores ideas disponibles sobre estas cuestiones tan importantes. La determinación política se evaporará, desde luego, en cuanto pase la actual crisis. La unanimidad del Consejo de Seguridad se considera suficiente para futuras crisis. Sin embargo, la ONU prácticamente no ha hecho más que legitimar la fuerza estadounidense.

El análisis tradicional no basta. Existe una necesidad de energías creadas e imaginativas. Tener el derecho de tu parte no te exime de pensar. Podría orquestarse un convenio de la ONU para definir los delitos de guerra. Podría implantarse el principio de un rescate negativo para los rehenes de una cuantía, por ejemplo, de mil dólares al día, que la persona retenida reclamase a las arcas del Gobierno que, asimismo, la retiene. El presidente Sadam Husein puede decidir, en cualquier momento, retirarse de Kuwait, dejando compuesto con ello a todo el mundo, incapaz de enfrentarse con el futuro. La inestabilidad de la región seguiría existiendo. Es más fácil jugar al póker contra un adversario racional que contra uno impredecible. Quedarse sentados a esperar que las sanciones hagan mella es una opción, siempre y cuando las sanciones empiecen a funcionar y la televisión no socave la resolución de los Estados Unidos. 

La acción militar para recuperar Kuwait, con o sin incursiones aéreas en Irán, es ya un tema distinto. Un ataque dirigido personalmente contra Sadam Husein no sería diferente del que se hizo contra Gadafi. ¿Estamos jugando al póker, con sus faroles; al bridge, con sus riesgos calculados; al ajedrez, con sus costosas estrategias, o al juego japonés del «go», con sus encerronas? Lo más importante es sentar unas pautas para futuras crisis del mismo tipo.

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